Perdonando, cerramos nuestra relación con el pasado

Los beneficios de perdonar

¡Hola! ¡Hola!! ¡Holaaa!
¡Bienvenida tu presencia en este living virtual!
Yo, agradecida e infinitamente feliz por esta GRAN posibilidad de estar en contacto contigo.

Me nace hoy compartir mi experiencia y aprendizaje sobre el perdón.

Quizás, y solo quizás, en algo pueda serte útil en este momento, o en algún otro momento venidero en tu vida.

Vamos a ir diferenciando algunas cuestiones que veo en las personas que asisten a las consultas, bastante confundidas…

Primero que todo, ¡NO hay obligación de perdonar! Es una elección MUY personal.

Es algo que decido hacer en relación a algo que pasó, que considero injusto y que me perjudica; o en relación a alguien que hizo algo que provocó un daño en mí.
¡También puede ser algo en relación a nosotros mismos! ¡Sí! Por ejemplo, perdonarnos por algo que hicimos o por algo que no hicimos.

Perdonar NO es liberar al que nos dañó de las consecuencias de sus acciones. Para nada, en absoluto.
Seguirá siendo imputable de todos sus actos.
Toda acción tiene su consecuencia. Algunos llamamos Karma a esas consecuencias.

Quien hizo daño, ya tiene suficiente con su conciencia. (¡Si es que la tiene! Pues lamento informarte que, he comprobado en persona, que hay seres que ni siquiera tienen consciencia. Simplemente viven haciendo lo que quieren, sin importarles el daño que provocan. No sé si les cabe llamarles “personas”. Por eso dije “seres”).
Al saber que toda acción tendrá su consecuencia, como un balance natural, vital y universal, no es necesario que sea yo quien haga venganza.

Perdonar libera al que perdona. ¿De qué lo libera?
Lo libera de vivir “en función de” esa persona que lo dañó, o de ese hecho que considera que “la vida se equivocó”.

Perdonar no implica olvidar. Somos humanos, y mientras nuestra biología esté sana, recordaremos.
Recordar no quiere decir que no hemos perdonado.
Perdonar, aunque a veces recordemos el hecho, permite avanzar en la vida y continuar construyendo futuro.
Marca un antes y un después de declararlo.

Cuando perdono, recupero MI poder personal, vuelvo a liderar YO mi vida, y dejo de estar esclavizado a ese hecho o persona no perdonados.
Dejo de pertenecer a un amo que no merece nada. Vuelvo a ser yo amo de mi vida.

Perdonar tampoco lleva implícito que yo deba continuar en ese vínculo.
A veces es necesario, aun perdonando, decir BASTA y terminar ese vínculo con la persona que consideramos que nos dañó.
Tenemos argumentos sólidos y evidencias que impiden recuperar la confianza, o reconstruirla; entonces, lo mejor es sacar a esa persona de nuestras vidas y seguir en paz, sin ellas.

Debemos, sugiero, ser muy cautelosos con quienes son inescrupulosos e incoherentes en sus acciones.
Con esos seres que piden perdón una y otra vez, reincidiendo y haciendo reiteradamente lo mismo que nos dijeron que nos dañó.
Dicen una cosa y hacen otra.

También tener precaución con esos seres maestros manipuladores, que dicen que nuestros argumentos son “solo interpretaciones nuestras”…
Aun cuando les mostramos evidencias de sus actos, se niegan a responsabilizarse de los hechos. (Recordemos aquí que los dichos también son acciones en el lenguaje).

Tampoco es necesario que “nos pidan perdón” para perdonar.
Basta con que tomemos la decisión de hacerlo, de soltar “eso” que está comandando nuestra vida.
Soltar a quien ya nos soltó.

Puede pasar que “sí” nos pidan perdón.
Puede pasar que esas disculpas sean suficientes y reparen el daño.
Así es posible que decidamos continuar esa relación.
(Y si consideramos que las disculpas no alcanzan, también es válido pedir una “compensación” para sentir que estamos “a mano”).

Volviendo a perdonar o no perdonar…
Cuando no logramos perdonar, nos quedamos resentidos.
No aceptamos las cosas como han sido. No aceptamos la vida como está siendo.
Y eso solo nos perjudica a nosotros.
El otro, la persona que nos dañó, ni se entera de nuestro resentimiento y nuestro malestar.
Y si fue un hecho, ¡menos! Nada se modifica ni cambia.
Solo nosotros nos hacemos daño resintiéndonos.

Muchas veces callamos nuestro dolor porque consideramos que hablar sobre el tema nos hará “perder a esa persona” que nos duele.
Otras veces callamos porque hay muchas otras personas en común y no queremos dañarlas con nuestra decisión de hablar sobre el daño que hemos sufrido.

El punto es: ¿a quién dañamos cuando cuidamos tanto a los otros?

¡Sí, pues! A nosotros.
Callarnos nos hace acumular resentimiento, y eso no nos hace bien.
Literalmente, nos hacemos mala sangre.
Comienzan a suceder procesos químicos en nuestra biología que determinan que nuestra sangre se altere.
Nos sube el cortisol, bajan nuestras defensas, etc.
El resentimiento es insalubre.

A veces ese resentimiento desaparece cuando podemos expresarle al victimario todos los argumentos que nos ponen en víctima de sus acciones.
Esa expresión puede asumir formatos muy variados.
Puede ser verbal, presencial, apasionada y vehemente… También puede ser telefónica y más templada…
Otras decidimos ni expresársela al otro directamente; simplemente escribimos una carta que jamás entregamos. Igual, cuenta como expresión para nosotros y nuestro fin liberador.
Ese escribir ya implica un trabajo cerebral que incluye ordenar pensamientos y hechos.
Ese orden escrito ya genera un sentir diferente y alivia, aunque NO entreguemos lo escrito al destinatario.
Yo he experimentado varias formas.
Incluso, he practicado “rituales complementarios”, como “prender fuego a esas cartas”.
Todo sirve si elegís creer que sirve. Todo depende de la interpretación que le das.

¿Y, Ro, cómo elijo qué manera usar?
Por percepción e intuición, en relación a la intensidad de tu dolor y al tamaño que le atribuyes al daño.
Otra variable es la predisposición del otro.
Yo puedo querer gritarle en la cara todo mi sentir en relación a sus acciones, y esa persona puede elegir NO escuchar. No atender la puerta. No atender el celular. No responder los e-mails.
Entonces, son muchas las circunstancias que determinan mi manera e intensidad de expresión.
Elijo lo que mejor me haga sentir, dentro de mi espacio de posibilidades.

¿Qué pasa cuando víctima y victimario son la misma persona?
Es decir, cuando somos nosotros quienes no estamos perdonando.

¿Cómo sucede esto?
Hubo algo que hicimos y que consideramos que no debíamos haber hecho.
O hubo algo que no hicimos y que consideramos que sí debíamos haber hecho.
Y, por acción u omisión, sentimos una culpa infernal. Literal: vivir en la culpa, ¡es un infierno!

Aquí, algo indispensable para perdonarnos, dejar de sentir culpa y continuar nuestra vida en paz, es asumir que la persona que somos hoy, que considera lo que considera, no es la misma persona que hizo o no hizo lo que debió o no debió hacer.

Todos cambiamos permanentemente, no somos los mismos.
Vivimos distintas experiencias año a año, nos relacionamos con diferentes personas en diferentes épocas, crecemos, nos desarrollamos, aprendemos.
Entonces, nuestro nivel de consciencia de hoy no es el mismo nivel de consciencia del pasado.
Tampoco las herramientas y recursos que tenemos hoy son exactamente los mismos que tuvimos antes. Investigamos, leemos, pedimos ayuda, desarrollamos nuevas habilidades.

Los seres humanos que hoy somos, y juzgamos a los seres humanos que fuimos antes, lo hacemos con distintas varas.
Eso es injusto para nosotros.

En esos casos, es muy sano decirse: “Hice lo mejor que pude con los recursos y herramientas que tenía, y con el nivel de consciencia que poseía”.
Así, perdonarnos y recuperar la paz.
Recuperar la alegría, el brillo en los ojos y la pasión por construir futuro.

Yo vi y veo más beneficios en perdonar.
¡Ojalá puedas ver algo que te sirva para vivir mejor! Me haría muy feliz. ¡Contáme!
Esa es mi misión: compartir y servir.

¡Nos vemos en el próximo café! (salvo que me contactes para algún acompañamiento, antes de que ocurra ese café).

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